miércoles, 25 de noviembre de 2015

Cosas que acontecen en mi ciudad… 6

Escrito en septiembre de 2014

Hoy, al ir a buscar el pan, acompañado por mi cariñosa y fiel podenca, algo me ha llamado la atención al disponerme a cruzar por el paso de cebra que está frente a la puerta de la transitada panadería. Un hombre cuyo aspecto me producido sentimientos encontrados.
El susodicho vestía un gabán de paño que le cubría justo un cuarta larga por debajo de las rodillas, de un gris tan oscuro y manido que parecía negro. Los desnudos pies, además de la gruesa capa de roña, perceptible a simple vista, estaban embutidos en unos agrietados y retorcidos zapatos. Su grisácea y desaliñada cabellera, así como su mal afeitada barba eran acordes a su indumentaria. Pero no creáis que a sido eso es lo que me ha llamado la atención, sino lo que contaré después de explicar la primera impresión, tras salir de la panadería. «Pobre hombre, otro que está dejado de la mano de esta injusta sociedad», he pensado a la vez que entraba en el establecimiento.
   —Hola, buenos días —he dicho para saludar a Beatriz, la panadera.
   —Hola... ¿crees que lloverá hoy?
   —La verdad es que es algo que, como la política, no me preocupa lo más mínimo. Total, al final, ambos harán lo que les venga en gana... ¡hasta mañana! —he dicho un par de segundos antes salir
   —Adiós —ha respondido, sin más, ella.
   Al retornar a la calle, el individuo mencionado en el segundo párrafo, se había posicionado de tal manera que, sin quererlo, he observado como este  se pasaba de una mano a otra un fajo de billetes de cincuenta euros tan ajados si te descuidas como su prenda de abrigo, y cuyo volumen me hizo pensar que la cantidad  podría andar entre  novecientos o mil euros. «Pobre hombre, como se descuide un poco aparecerá algún pájaro y lo quedará desplumado en menos que canta un gallo», he pensado, creyendo que podría tratarse de algún enajenado y he estado a punto de dirigirme a él con la intención de advertirle de los peligros que podría conllevar su actitud; pero, al final,  he optado por guardar silencio y durante el camino «A ver si va a ser más listo de lo que creo y en vez de ser un indigente con las facultades mentales mermadas: no es más que el señuelo para llevar a cabo algún tipo de timo», he pensado antes de sentarme frente al ordenador para dejar constancia de lo que he presenciado. Puede que tal vez las conclusiones a las que he llegado se deban a la imaginación que poseo; pero, ¡vete tú a saber!, que puede haber detrás de una persona de esas características, en una ciudad pequeña donde un ser así no pasaría inadvertido ante los ojos de cualquier viandante que no sea invidente.


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