jueves, 7 de enero de 2016

Por principios, que no por obligación…

Puedo comprender que cada cual es libre de contar u omitir todo aquello que, y a quien, considere; pero de ahí, a tener que transigir sin más: me niego rotundamente.

La duda, además de ofender, ser cruenta y herir de muerte, puede hundir el estado anímico de cualquiera que tenga un mínimo de dignidad. Y, cuando te sientes decepcionado, lo normal es que, además de la frustración, la tristeza, la desilusión, el enfado…, afloren el rencor y la rabia.

Las relaciones personales se resienten y rompen cuando descubres que estas no están edificadas sobre principios irrenunciables. Uno de ellos es la confianza. La convivencia con las personas resulta gratificante cuando damos por hecho que estas se muestran sinceras y nos brindan el lugar y el respeto que merecemos.

Decir o manifestar lo contrario de lo que se sabe, cree o piensa, según la RAE, equivale a mentir. A través de la mentira se dañan gravemente las virtudes de la sinceridad, la lealtad y la justicia, entre otras. La mentira provoca daños enormes cuando proviene de personas que tenías por buenas y de repente eres consciente que te han engañado, te han mentido, te han traicionado…, y, como consecuencia de ello: nace una pena profunda en el corazón y, a pesar de ser consciente que el paso del tiempo hace posible que una desgarradora experiencia, por cruenta e injusta que parezca, termina si no con todo el dolor, al menos hacerlo soportable. No obstante, puedes dar por hecho que nada será como antes, porque una vez que surge la duda, está se hace presente en cada acto, en cada palabra y, por ende, no sabes si dejar pasar el tiempo o cortar cuanto antes por lo sano: por entender que es lo correcto después de haber tenido que oír a una de las partes, que si estás así es porque lo has sacado de contexto y que todo se debe a una paranoia tuya. En fin, ya somos mayorcitos y, a partir de ahora, que: cada cual cargue con su conciencia y penitencia.

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