miércoles, 3 de febrero de 2016

Paseo matinal por las riberas del Ebro… 3

Escrito el día 17 de noviembre de 2015


Proseguí con el paseo y, en menos de un minuto, llegué hasta el lugar donde está ubicado el Observador y, en silencio, me detuve a contemplar cómo este se encontraba de ánimos. Le miré de arriba abajo y, a pesar de que su estatus era notoriamente inmejorable, sin hacer el mínimo gesto por su parte, noté que estaba tan triste como el acude al sepelio de una persona cercana; esa y no otra, fue la impresión que en mí causó: otro de los inertes árboles que hay ubicados en las riberas del río Ebro, a su paso por la ciudad donde resido…

Tan silencioso o más que el sosiego que transmite contemplar la caída de una amarillenta, afligida y resignada hoja a la que no le ha quedado más remedio que despedirse de la vida sin posibilidad siquiera de evacuar una sola lágrima ni de suspirar un quejumbroso clamado o nimia lamentación…

Templado, con la mirada perdida entre sus pensamientos y un punto inexacto existente entre su cabeza y el suelo, espera, como cada día, desde que fuera tallado y humanizado, invariable sin dejarse influir por el cambio de estación ni por el exiguo transitar humano, sin prisas, tal y como se exhibe cualquier objeto o estatua que esté anclado a una enorme y pesada losa… a él lo que le gusta es pasar desapercibido y observar desde el mutismo: camuflado entre los demás congéneres.

Al cabo de unos segundos, reparé en que ya no estaba tan alterado y enojado, la indiferencia mostrada por el apático y caracterizado árbol, el susurrante transitar de las contenidas aguas y la futilidad del viento hicieron que me relajase sin tener consciencia de ello hasta después de proseguir con el paseo.


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