viernes, 20 de mayo de 2016

Capítulo I Episodio I ¿Víctima o Verdugo?




I


9 de octubre de 1980, Santiago de Guayaquil (Ecuador).

Junto a la Columna de los Próceres de la Independencia se encontraba María Jaramillo, una joven de catorce años que exaltada se regocijaba con cada uno de los actos conmemorativos. De repente, una extraña sensación provocó que su faz se transformara por completo. A continuación, dejándose llevar por la curiosidad lanzó una ojeada a su alrededor con discreción, y en un abrir y cerrar de ojos descubrió que desde una distancia prudencial era observada por unos cautivadores ojos verdes. Ojos que no pudo ni quiso esquivar en ningún momento. María perfiló una tímida sonrisa, algo que fue suficiente para que el dueño de estos, un treintañero, se acercase a ella. Y tras mantener un anima-do y efímero diálogo, influenciada por el carisma que este destilaba y la agudeza con la que se expresaba, la cándida joven no encontró fuerzas ni razón para no sucumbir a sus encantos. Él, habituado a ese tipo de situaciones, sin presionarla más que lo justo, consiguió llevarla hasta su automóvil. Ella, cegada por la elocuente verborrea, el atlético cuerpo y el fastuoso Lada Sedan que el joven poseía, abrió la puerta de manera mecánica y se acomodó en el asiento del copiloto. Él, antes de accionar la puesta en marcha, la miró directamente a los ojos, y después de leer en sus dilatadas pupilas que él la atraía, giró la llave y condujo el auto hasta un apartado lugar.

   Al cabo de un rato, Jefferson detuvo el Sedan bajo un tupido ejemplar de Palo santo y ambos se pasaron al asiento de atrás y, sin necesidad de entrar en detalles, de manera brusca, desfloró a la incauta María. La misma infeliz que trataba de justificar el doloroso encuentro como algo normal, basándose en la información recibida tiempo atrás por parte de una de sus amigas: «La primera vez te dolerá mucho, pero, después, te resultará tan placentero que tú misma pedirás más y más». Él, valiéndose del aparente estado de confusión que ella mostraba, enaltecido por su conquista, aprovechó para tomarla de nuevo con frenesí, y tras la luctuosa sesión amatoria, la prometió amor eterno. Ella, estaba tan convencida de sus palabras que no halló excusa alguna para decirle que no; que lo suyo no podía ser; que la diferencia de edad, y un sinfín de razones harían imposible su relación.

Tres horas después, un par de calles antes de llegar a la altura de su domicilio, María le ordenó detener el vehículo y, al igual que lo haría cualquier pareja de enamorados, se despidieron hasta el sábado siguiente.

   María iba hacia su casa absorta en sus asuntos cuando, de pronto, se de-tuvo en seco: al percibir una voz familiar.

–¿Se puede saber de dónde vienes a estas horas? –preguntó, con voz aguardentosa, José.

–Pues, verá usted, papá –respondió mirando hacia arriba, entornando los ojos hacia el lado derecho–. Me encontré con unas compañeras del colegio...,¡Umn!..., comenzamos a platicar… y el tiempo pasó tan rápido que...

José frunció el ceño y lanzó una mirada desafiante.

–¿Estás segura que solo fue eso?

–Sí, papá –dijo bajando la vista y el tono de su atiplada voz–. Tan segura como que ahora estoy junto a usted… y, no, no se preocupe: sabré guardarme como mujer honesta.

–¡Más te vale que sea así!, porque si descubro que me estás toreando: te daré tal paliza que no te reconocerá ni la madre que te parió –advirtió exhibiendo una mirada inquisitoria, sin que le temblase el pulso ni la voz. Y una vez que las aguas amainaron, al quedar ambos convencidos de haber actuado cabalmente, sobre sus labios se hilvanó una mueca de felicidad antes de pasar al interior de la austera vivienda.


   Al principio, la clandestina pareja se reunía una vez por semana; pero con el paso del tiempo, el deseo y la necesidad de verse, los encuentros se hicieron periódicos. Encuentros donde primaban las dilatadas sesiones de desfogue sexual, quedando postergado a un segundo plano cualquier atisbo de afecto por parte de Jefferson.

2 comentarios:

  1. Lamentablemente, hay tantas Marías que, ante la astucia de un infeliz como Jefferson, sucumben y destrozan su vida...
    Excelente relato Francisco.
    Continuaré...

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Sí, por desgracia es así, y lo peor de todo es que, mientras haya quien se preste a facilitarles el camino: los malnacidos continuaran saliéndose con la suya.

      Gracias por la atención y el interés mostrado.

      Saludos.

      Eliminar