sábado, 21 de mayo de 2016

Capítulo I Episodio 2 ¿Víctima o Verdugo?

11 de enero de 1981

María avanzaba absorta en sus pensamientos hacia el lugar donde, un día sí y otro también, se reunía con Jefferson; cuando, de súbito, dio un salto para quitarse de en medio tras oír a su espalda un estrepitoso frenazo. Durante unos minutos permaneció confusa. Después, se persignó dando por hecho que se había librado de morir en aquel instante; y así lo corroboraba la palidez de su rostro, el mismo que semejaba al de alguien que está de cuerpo presente, mientras el cerebro intentaba recobrar la compostura, ordenar lo acontecido y cotejar la realidad.

   –¡Vamos! –ordenó Jefferson–: ¿A qué esperas? –preguntó, acompañando sus palabras de un gesto de apremio, invitándola a entrar.

   María abrió la puerta de manera mecánica, y se acomodó en el asiento del copiloto, con un marcado ademán de preocupación reflejado en sus ojos.

   –Tengo que darte una noticia –dijo, a modo de saludo, al cabo de un rato.

   El, hasta entonces, sonriente rostro de Jefferson se contrajo.

   –¡¿Buena o mala?! –dijo arqueando las cejas.

   –Yo diría que, buena, pero no sé…

   Jefferson intervino sin dejarla terminar la frase.

   –¡¿El qué no sabes?!

   María intentó tragar saliva, pero un nudo en la garganta se lo impedía.

   –¡Vamos, coño!, desembucha ya lo que sea –gritó con premura, él.
María bajó la mirada y comenzó a temblar.

   –Es… estoy embarazada –tartamudeó con un hilo de voz.

   De súbito, las pupilas y el entrecejo de Jefferson se comprimieron.

   –¡Vaya!, y tanto que me has sorprendido, pero ¿tú, estás segura?

   –Sí. Con esta son ya tres faltas.

   –¡¿Lo saben tus padres?!

   –No, aún no. Ni siquiera saben de tu existencia.

   –¡¿Y a qué estás esperando para decírselo?! –gritó.

   –Que… quería sab… saber antes t… tu opinión –farfulló.

   Jefferson tomó aire hasta henchir los pulmones, se masajeó la barbilla con la mano derecha durante unos segundos mientras que con los dedos de la izquierda tamborileaba sobre el volante a la par que iba soplando ruidosa-mente para desalojar el anhídrido carbónico de la cavidad torácica.

   –Bueno, a lo hecho pecho –concluyó al cabo de un rato.

   María levantó la cabeza y se giró hacia él con ojos vidriosos.

   –Perdona, pero no entiendo –susurró.

   –No te preocupes, con ello, quiero decir que, me hago cargo del asunto.

   Tan sorprendida o más que el mismísimo Jefferson, tras haber recibido la noticia; ante la positiva actitud, los ojos y el rostro de María adquirieron un brillo tan especial como el que lucen un par de zapatos viejos después de haber si-do lustrados por las profesionales manos de un limpiabotas y, sin más dilación, se encaminaron hacia el lugar dónde estaba ubicado el frondoso ejemplar de Palo santo, y pasaron el resto de la tarde disfrutando de los placeres sexuales.

   Al día siguiente, Jefferson acudió a la cita. Le extrañó que ella no hubiese llegado aún. Intentó armarse de cordura y permaneció allí, en el interior del vehículo, por espacio de tres horas; pero tras extinguirse la paciencia, al comprender que ya no vendría: accionó la puesta en marcha, apretó los labios, tensó la mandíbula y abandonó el lugar haciendo rechinar dientes y ruedas al mismo tiempo.

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