jueves, 9 de junio de 2016

Capítulo I Episodio 8 ¿Víctima o Verdugo?

Una tarde, recién terminado el acto sexual, se hallaban estirados sobre la cama desnudos, exhaustos y jadeantes, cuando, de pronto, los pelos se les pusieron de punta al percibir que alguien golpeaba enérgicamente sobre la puerta de entrada.

   –¡¿Quién será?! –dijo, rompiendo el silencio, Jefferson.

   María lo miró a los ojos y se encogió de hombros.

   –¡Anda a ver quién es! –ordenó él.

   María se levantó y se inclinó para recoger un albornoz de blanca felpa que estaba en el suelo junto a la cama. Se cubrió el cuerpo con él y, al llegar junto a la entrada, después de reajustárselo y atusarse el pelo, entreabrió la puerta.

   –¿Va todo bien? –dijo, a modo de saludo con voz atiplada, un hombre de mediana edad, con cara de bóxer atigrado.

   María se quedó estupefacta al observar que, pistola en mano, tenía frente a ella a dos policías perfectamente uniformados.

   –¿Le ocurre algo? –consultó el otro agente, al observar lo nerviosa que se mostraba.

   –N…no, n… no.

   –¿Está segura? No tenga miedo. Estamos aquí para ayudarla.

   María enarcó una ceja.

   –¡¿A… ayudarme?! ¿A… a qué? –farfulló sin salir de su asombro.

   –¿Le importaría dejarnos pasar para echar un vistazo?

   –¡A… adelante!, pero tengan cuidado de no hacer mucho ruido, mi bebito apenas cogió el sueño.

   –¿Ocurre algo agente? –dijo a modo de saludo Jefferson.

   –Alguien ha llamado a la central para dar aviso de que en este apartamento se oía llorar desconsoladamente a un bebé y solicitando a grito vivo ¡Socorro! ¡Auxilio!, la voz de una mujer.

   A Jefferson se le escapó una risita y prosiguió hablando.

   –Ya sé que no están obligados a desvelar la identidad del que denuncia, pero, por curiosidad, no habrá sido alguien de este edificio, ¿verdad? Porque de ser así, todo tendría justificación.

   –¡Ah!, ¿sí? –dijo enarcando la ceja el agente que aparentaba menos edad–. ¡Adelante!, explíquese usted, por favor.

   –Esto... a ver cómo... En la planta de abajo, en la que está junto al portal, viven dos viejas cotorras que oyen y ven cosas donde nada hay.

   Un prolongado y misterioso silencio invadió el espacio.

   –¡¿Y eso es todo?! –increpó el agente de mayor graduación.

   –No, no, aún hay más. Me temo que no andan bien de la azotea –apuntó llevándose el dedo índice a su sien derecha.

   –¿Le importaría decirnos en que se basa, usted? –sugirió el compañero con cara de no entender ni papa.

   –Esto... verán ustedes... Al principio, cuando nos mudamos aquí, todo iba bien entre ellas y nosotros, pero un día, les dio por decir que mi novia y yo éramos una pareja incestuosa… y estamos al corriente de que lo han ido pregonado por el vecindario, porque alguien nos ha informado que este par de cacatúas iban diciendo a diestro y siniestro que de novios nada de nada: que somos padre e hija... y, desde el mismo instante que llegó a nuestros oídos, decidimos cortar el trato con semejantes alcahuetas. ¡Es suficiente así, o prefiere que le siga contando, agente!

   –Sí, aunque de momento, lo único que tengo claro es la descarada animadversión hacia sus vecinas; ya que, basándome en el hipotético caso de haber existido algún tipo de maltrato en este domicilio, ustedes aparentan estar bastante más relajados de lo que deberían.

   –¿Y? –consultó Jefferson mostrando una leve sonrisa.

   –Es evidente, que no existen indicios y, por lo tanto, sería absurdo investigar algo que se presupone que ni siquiera ha trascendido –razonó–. Así es que gracias por su colaboración y perdonen las molestias.

   –De nada. Gracias a ustedes por venir –dijo Jefferson extendiendo su brazo para estrechar la mano con los agentes.

   Tras despedirse, un rellano más abajo.

   –Sé sincero. ¿Qué te parece todo? –curioseó el que parecía llevar la voz cantante.

   –La verdad es que tengo mis dudas, ¿por?

   –Porque nos vamos de aquí lo mismo que hemos venido, es decir, cómo si no hubiésemos estado… pero sin pruebas que evidencien el mínimo atisbo de sospecha: no nos queda otra que retirarnos.

   –Sí, sí. En eso coincido contigo, pero, aun así, he de decirte que hay más verosimilitud en la versión que me relató la anciana por teléfono.

–Pienso igual que tú, pero allá ellos, el tiempo y solo él: pondrá a cada uno en el lugar que corresponda.

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